Magia y ciencia parecen términos opuestos, desde hace mucho tiempo. También parece que la ciencia haya podido surgir cuando el conocimiento “pudo desprenderse de la magia”. Sin embargo, es evidente la relación íntima que existe entre magia y ciencia, no solo por ser la primera la “progenitora” de la segunda (frecuentemente llamada “madre loca de hija cuerda”), sino porque en la Antigüedad era la magia la única ciencia en culturas tan desarrolladas y sorprendentes como la egipcia, la mesopotámica, la hindú, etc.
¿Qué es la ciencia?
Hoy día la ciencia nos resulta algo tan cotidiano que parece casi innecesario tener que definirla. Su entronización como única fuente de conocimiento verdadero es tan absoluta que con solo ponerle el adjetivo a cualquier dato o idea de “científico” se convierte en axioma, en dogma, en algo fuera de toda duda y discusión.
Si se busca en un diccionario, puede uno encontrarse: “Ciencia: conocimiento exacto y razonado de las cosas”, aunque los filósofos de las ciencias lo consideren un poco más complicado. Así le pareció incluso a Platón, que en su diálogo El Teeteto, o de la ciencia puede decidir lo que no es la “ciencia”, si bien no puede llegar a una afirmación de lo que es en sí la ciencia.
Se podría afirmar que es científico todo aquel conocimiento desarrollado a partir del método de investigación científica. Lo fundamental en una teoría científica es que debe ser verificable y refutable mediante la experimentación. Aquellas ideas que pueden explicarlo todo son irrefutables y, por lo tanto, caerían en lo metafísico o místico. Y esto ya no es científico.
“Si los científicos dan en emplear teorías irrefutables desde el punto de vista lógico, mejor será que renuncien a la ciencia natural y se dediquen a la religión” (Lewontin, 1974).
Pero las teorías históricas, como la cosmología (teoría del big bang), o la evolución (darwinismo), son teorías irrefutables, porque hacen referencia a un hecho concreto que ocurrió en un momento determinado, y que no puede repetirse ni experimentarse en un laboratorio. En cambio, sí puede hacerse esto con la astrología, que ofrece datos realmente contrastables.
A muchas teorías científicas se las tacha (desde la filosofía de la ciencia) de ser tautologías, es decir, de ser afirmaciones sobre sí mismas, redundancias sin sentido, como las operaciones matemáticas o el darwinismo (¿acaso 1+1 puede ser otra cosa que 2?; “la supervivencia del más apto”, como se define a la selección natural en el darwinismo, se convierte en “la supervivencia de los seres vivos que tienen la tasa de supervivencia máxima”). No aportan nada nuevo acerca del mundo exterior, no son verificables frente a la realidad. Y tampoco permiten predecir cómo discurrirá el fenómeno que se estudia.
Otro aspecto inherente a la ciencia es el reduccionismo, pues se admite, casi como cuestión de fe, que analizando cada vez más a fondo una parte del sistema se llegará a comprender mejor todo él. Significa reducir el amplio abanico de la diversidad y complejidad de la naturaleza a sus partículas más elementales (subatómicas).
Pero se observa una complejidad jerárquica en la Naturaleza (átomos, moléculas, células, individuos, sociedades) que hace imposible reducir todas las leyes y fenómenos al nivel más básico de la ordenación de la materia.
Magia: la magna ciencia
Cuando oímos esta palabra, quizás en lo primero que pensamos es en uno de esos prestidigitadores o ilusionistas que, como su nombre indica, mediante la velocidad de sus dedos y con la ayuda de juegos de imágenes, producen “ilusiones”, haciéndonos creer en algo irreal, engañándonos en cierto modo. Cuando estos ilusionistas se convencen a sí mismos o simplemente nos quieren convencer a nosotros de que sus juegos son reales y no fingidos, aparecen la hechicería y la superstición.
Es muy triste que cuando quieres leer algo sobre la magia, lo primero que encuentres es la retahíla de “hechizos” y “hechiceros” que ha habido en la historia, así como de sus persecuciones y martirios. Si embargo, no es esto la magia, sino aquello en lo que derivó cuando se la vació de contenido, separándola de su fuente de salud.
Para los analistas del siglo pasado, influenciados por el evolucionismo, la magia era un estadio primitivo de conocimiento, superado con el tiempo por la verdadera ciencia. James G. Frazer coloca a la magia como una forma de pensamiento prerreligiosa y precientífica, cuyo concepto fundamental, sin embargo, es el mismo que el de la ciencia:
“Visión de la Naturaleza como una serie de acontecimientos que ocurren en orden invariable y sin intervención de agentes personales”, es decir: el curso de los acontecimientos que se producen en el universo no está determinado por el capricho de seres personales.
Dichos acontecimientos están determinados por leyes inmutables, proporcionando la posibilidad de la previsión y el cálculo del desarrollo de un fenómeno.
Frazer establece dos leyes del pensamiento mágico (a las que más tarde Hubert y Mauss añadirán la ley de contraste), que son : ley de semejanza (lo semejante produce lo semejante) y ley de contagio o contacto (las cosas que una vez estuvieron en contacto actúan recíprocamente a distancia).
Si intentamos conocer el fenómeno de la magia y el conocimiento antiguo sin los prejuicios positivistas de los que se creen a sí mismos como la cúspide de la evolución humana, nos encontramos con que la magia es para los antiguos lamagna ciencia, la ciencia sagrada: en las antiguas culturas, cuyas maravillas arquitectónicas y técnicas han sobrevivido para sorprendernos e inducirnos a la interrogación, se consideraba la magia como una ciencia sagrada, inseparable de la religión. La magia era la ciencia de comunicarse con potencias supremas y supramundanas y dirigirlas, así como de ejercer imperio sobre las demás esferas inferiores; es un conocimiento práctico de los misterios ocultos de la Naturaleza, conocidos únicamente por unos pocos por razón de ser tan difíciles de aprender sin incurrir en pecados contra la Naturaleza.
Pero la magia no es ninguna cosa sobrenatural. Según F. Hartmann, la magia essabiduría, la ciencia y arte de utilizar conscientemente poderes invisibles (espirituales) para producir efectos visibles. La voluntad, el amor y la imaginación son poderes mágicos que todos poseen, y aquel que sabe la manera de desarrollarlos y servirse de ellos de un modo consciente y eficaz es un mago. El ir en busca de esta ciencia implica cierto grado de aislamiento y abnegación, de trabajo interior, pues las distinciones entre magia blanca y magia negra no están en los procesos o conocimientos utilizados, sino en el fin con que se han utilizado. De ahí la necesidad del silencio y del secreto.
La magia parte de dos principios elementales: 1.º “Los acontecimientos que se producen en el universo siguen unas leyes inmutables, que pueden ser conocidas”; y 2.º “El conocimiento de las leyes proporciona la posibilidad de previsión del desarrollo de un fenómeno”. Estos principios son los mismos que impulsan a la ciencia. Las diferencias fundamentales entre ambas formas de conocimiento estaría en los siguientes conceptos fundamentales de la magia, que la ciencia ignora.
El universo está interrelacionado y estructurado de una manera jerarquizada, piramidal, en la que los niveles más sutiles son los más poderosos. Al igual que la energía es más poderosa que la materia y, al ser más sutil, puede atravesarla, también la mente es superior a los otros niveles inferiores, y puede dominarlos. Por eso el objeto del estudio del mago no es la materia, sino el espíritu. En su búsqueda de los poderes espirituales, el mago aprende a dominar la materia, pues descubre esas leyes universales, que no son materiales, y las fuerzas sutiles que mantienen el orden en el universo.
“La sabiduría no tiene dueños, pero sus esclavos son los amos del universo”.
Los principales escollos que separan la magia de la ciencia son:
1) La obstinación con que los científicos se niegan a reconocer la existencia de una realidad inmaterial y que, además de los instrumentos de laboratorio, pueden emplearse otros que no son del plano físico para indagar los misterios de la Naturaleza.
2) Un problema de lenguaje, pues a menudo magia y ciencia están describiendo el mismo fenómeno con palabras diferentes. El pensamiento mágico utiliza el lenguaje simbólico, mientras que el científico usa una terminología lógica (aunque a veces tiene que volver a recurrir a símbolos y mitos: el big bang” como comienzo del universo, similar a la “expiración de Brahma”; el “caldo nutritivo” como origen de la vida en la Tierra, que no es otra cosa que el “océano primordial”, etc.).
3) El uso que se le da al conocimiento obtenido. Puesto que el estudio científico se enfoca en el mundo material, de su investigación el científico no resulta mejorado ni un ápice, no se transforma en su investigación como hacía el alquimista. Es igual antes que después de su descubrimiento; a lo sumo, puede ser más valorado por sus compañeros. El mago obtenía su conocimiento a través de su transformación interior, y puesto que es muy fácil utilizar ese conocimiento en provecho propio y perjuicio para los demás (y si no, que se lo pregunten a las víctimas de Hiroshima, o a los enfermos por la polución, o a las masas movidas a consumir por los medios de publicidad y gastar lo que no tienen, etc., etc.), había que guardar silencio, y no transmitirlo más que a aquel que demostrara merecerlo.
4) La investigación científica fuerza a la naturaleza para averiguar y aplicar sus leyes, mientras que el mago actúa insertando su conciencia en la naturaleza, de manera que, sin forzarla, puede utilizar sus leyes y anticiparse a los fenómenos.
La magia, madre de las ciencias
Del conjunto integrado de conocimientos de la magia es reconocido que emanaron las diferentes ciencias conocidas en la actualidad, desde la astronomía a la química, la botánica, la psicología, etc.
Las ciencias surgieron de la magia tras su separación de la religión: la religión se quedó en su cascarón “exotérico”, convertida en una serie de dogmas impuestos por las jerarquías eclesiásticas y dando lugar al fanatismo y la intolerancia. Los conocimientos espirituales y trascendentes, así como los poderes sobre ellos, se redujeron a la hechicería y a un conjunto de fórmulas vacías y sin sentido.
Los conocimientos sobre la materia dieron lugar al nacimiento de las ciencias. Unas ciencias analíticas, separadoras, que han sufrido un proceso de aislamiento progresivo denominado especialización.
La antigua sabiduría, el pensamiento mágico antiguo, definía la separatividad como a la peor de las herejías. El mayor error en el que se podía incurrir. A partir de la exclusión de la magia de la religión empezaron a producirse los enfrentamientos religión-magia, religión-ciencia, ciencia-magia. Enfrentamientos que caracterizaron el siglo XIX, y que quizás, en un proceso lento, lleguen a desaparecer en el siglo que recién empieza.
Hoy por hoy, aunque empiezan a levantarse voces que reivindican la sabiduría antigua, los químicos siguen mofándose de sus antecesores alquimistas por querer transformar el plomo en oro… Y sin embargo, ahora ellos mismos lo pueden hacer mediante reacciones nucleares (aunque no resulte lucrativo). De vez en cuando se vuelven a establecer campos de batalla entre los astrónomos y los astrólogos, a pesar de conocerse leyes universales que interrelacionan el cosmos, y a pesar de que la astrología es contrastable, mientras que la cosmología jamás lo será. En el estudio de la estructura íntima de la materia, los físicos vuelven, a pesar de la reticencia de la mayoría, a descubrir la ilusión de la materia, y su naturaleza “mental”. Desde Einstein a David Bohm o F. Capra, se vuelve a reivindicar la necesidad de relacionar la mística con la física, al llegar esta a los límites de lo medible. A pesar del gran desarrollo de la informática o inteligencia artificial, aún no se han descubierto los mecanismos del pensamiento. El modelo a seguir no parece ya el del cerebro pensante mediante reacciones químicas y eléctricas, sino el de la mente pensante que utiliza el cerebro como ordenador para manifestar sus operaciones. La hipnosis, el “poder de hechizo” de la Antigüedad, es hoy el instrumento principal del psicoanálisis, reconocido como ciencia por la mayoría, aunque términos como el “subconsciente”, personal o colectivo, sean intangibles, inmedibles, incomprobables.
“Lleno está el mundo de magos inconscientes (en la vida ordinaria, en la política, en el clero y en las fortalezas del libre pensamiento). La mayor parte de estos magos son “hechiceros” a causa de su peculiar egoísmo, su carácter vengativo, envidioso y maléfico” (H. P. Blavatsky).
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