Prólogo:
Preguntarnos por el por qué de las cosas es algo natural. Y en este caso, indagar en las motivaciones últimas y profundas del ser humano, es ante todo, un intento de llegar a conocer mejor al hombre, y así conocernos mejor a nosotros mismos.
Paso a explicar los factores más deterninantes a la hora de ayudar a otros.
Vamos a indagar en cada uno de ellos, y cada cual que saque sus propias conclusiones.
1. El aspecto biológico- genético: lo innato en el ser humano :
1.1 El gen del altruismo. Zona cerebral responsable del altruismo
Se entiende por “altruismo”, todo comportamiento de ayuda que no implica recompensa alguna para quien la realiza. Vamos a ver algunos descubrimientos recientes entorno a la vinculación existente entre las conductas altruistas y los genes. Hay dos descubrimientos que han sido claves en este sentido:
a) Gen del altruismo: En el 2005, la revista “molecular Psychiatry” publicó que el psicólogo de la universidad hebrea de Jerusalén, Ariel Knafo y colaboradores, habían descubierto un nuevo gen: el gen AVPR1, que puede predecir la actitud altruista en las personas. En el experimento, se seleccionaron a 203 voluntarios que dieron muestras de ADN, y participaron en un “Juego económico” en el que debían tomar decisiones ( a cada uno se le daban doce dólares, para que los regalasen en parte o en su totalidad a otro participante anónimo).
Los resultados de generosidad de esta prueba se cotejaron con el ADN, y se comprobó que aquellos que tenían alguna variante en este gen (mayor longitud del mismo), entregaban un 50% de media más, de dinero que aquellos que no presentaban esta variante. Los más altruistas presentaban una longitud mayor de este gen, y esto implicaba mayor generosidad.
Además, este gen posibilita que la hormona “Vasopresina” actúe sobre las células cerebrales, su presencia es vital al estar relacionada con nuestra capacidad de establecer vínculos sociales y afectivos.
b) Zona cerebral responsable del altruismo: En el 2007, la revista “Nature Neuroscience” informaba de que el neurólogo Scott a. Huettel y colaboradores, de la universidad de Duke (USA), habían descubierto mediante escáneres cerebrales la activación de una parte del cerebro que predice las conductas generosas en las personas. Para el experimento, se escogieron a cuarenta y cinco voluntarios cuyos cerebros fueron monitoreados, y se les sometió a una serie de preguntas entorno a cómo y cuánto ayudan a otros. Finalmente, se compararon los resultados de la encuesta con los del escáner. Y así, se descubrió que una región del cerebro ( el “surco temporal superior posterior”), mostraba una mayor actividad cuando los individuos percibían una acción realizada por otra persona (los investigadores creen que la capacidad de percibir como valiosas las acciones de otras personas, es crítica para el altruismo). El aumento de la actividad en esta región del cerebro predijo rotundamente la probabilidad de conductas altruistas en cada persona. Dicen los investigadores, que las conductas altruistas tendrían más que ver en cómo cada persona percibe el mundo que en cómo actúa en él.
1.2 Las Neuronas espejo
En 1996, el equipo de Giacomo Rizzolatti, de la universidad de Parma (Italia), mientras estudiába las células cerebrales responsables del movimiento en monos, descubrieron un curioso grupo de neuronas, por casualidad. Se dieron cuenta de que había neuronas que reaccionaban tanto cuando el mono realizaba una acción determinada, como cuando éste observaba a otro individuo realizar una acción parecida. A estas neuronas se les dio el nombre de “neuronas-espejo”.
Estas neuronas se activan, entonces, no sólo cuando realizamos una acción sino cuando vemos realizarla a otra persona. Esto “demuestra -según Rizzolatti- que el reconocimiento de los demás, así como de sus acciones y hasta sus intenciones, dependen en primera instancia de nuestro patrimonio motor”. (“La neuronas espejo”. Giacomo Rizzolatti. Pag. 13)
Estudios recientes afirman, que en el hombre estas neuronas espejo son mucho más inteligentes y evolucionadas, y que no sólo nos permiten entender las acciones de los demás, sino también su significado, las intenciones que hay detrás. Dice Rizzolatti: “Somos criaturas sociales. Nuestra supervivencia depende de entender las acciones, intenciones y emociones de los demás. Las neuronas-espejo nos permiten entender la mente de los demás (...). Sintiendo, no pensando”.
Esto demostraría que verdaderamente somos seres sociales.
Las neuronas espejo son decisivas en el campo de la empatía emocional. Hay personas que no son capaces de captar el estado emocional de los que le rodean: gentes muy inteligentes, son muy torpes socialmente. Es fundamental para nosotros poder comprender las emociones ajenas, para poder desenvolvernos socialmente en las situaciones más cotidianas.
Queda claro que estas neuronas no sólo perciben y analizan, sino que parecen leer mentes:
“La (...) comprensión de los gestos resulta posible, por la reciprocidad de mis intenciones y los gestos ajenos (...), Todo ocurre como si la intención del otro habitara en mi cuerpo o como si mis intenciones habitaran en el suyo”. (cita de Merleau-Ponty, 1945, recogida por Rizzolatti).
2. El factor Psicológico-emocional: lo que siento:
2.1 Las motivaciones psicológicas:
Hoy en día, todos los manuales de “Psicología Social” hablan del altruismo o de la “conducta prosocial”, para referirse a todas esas acciones que realizamos en beneficio de otras personas, cuyas motivaciones son muy variadas. Hablar de motivación es, como dice Vander Zanden, hablar de “los estados y procesos interiores que impulsan, dirigen o sostienen la actividad de un individuo”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 334)
Al profundizar en los factores que la psicología social sostiene, actualmente, entorno a las motivaciones humanas, me doy cuenta de que nos encontramos ante un abanico muy amplio de posibilidades. Si bien, sería excesivo contemplarlas todas, si voy a recoger a continuación las más significativas. Casi todos los autores coinciden en señalar cinco motivaciones psicológicas:
l Una primera motivación, según los psicólogos, sería la expectativa de lograr alguna ganancia o evitar alguna penalización o castigo (entorno a esto, existe toda una discusión abierta, pues muchos investigadores consideran que el recibir un beneficio, aunque no sea material, impide que dicha conducta sea altruista de verdad, o dicho de otro modo, considera que incluso en los actos de ayuda hay cierto egoísmo oculto). David G. Myers explica que las personas “intercambiamos no sólo bienes materiales y dinero, sino también bienes sociales, amor, servicios, información, posición social”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 477)
Es la “Teoría del Intercambio social”, que es capaz de pronosticar nuestra conducta en base a la situación que enfrentamos (se trata de maximizar recompensas y de minimizar costes personales).
Continúa, Myers diciendo que: “Ayudar también incrementa nuestro sentido de valía personal (...). “Hace sentirse bien consigo mismo”, y “da un sentimiento de satisfacción personal””.(“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 477)
O sea, que ayudar nos hace sentirnos bien, esto es una recompensa en sí misma, y en este caso, natural y lógica.
l Una segunda motivación, estaría vinculada a los valores y normas personales, que se refieren a nuestras normas de vida: “Nos sentimos bien con nosotros mismos cuando actuamos en consecuencia con estos principios y mal, cuando los contrariamos”.
(“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 336)
l La tercera motivación sería la emoción empatica que “nos lleva a adoptar la perspectiva del otro individuo y a ver el mundo, tal y como él lo ve”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 337)
Pero sobre la Empatía hablaremos más ampliamente en el apartado 2.2.
l La cuarta motivación, gira entorno a que hay ciertas personas que están más predispuestas a ayudar que otras. Se están refiriendo a los rasgos de personalidad de cada uno. A través del estudio de la personalidad se puede saber quienes son los ayudadores más probables: “Algunas personas son considerablemente más serviciales (...). Los que tienen una alta capacidad de emoción positiva, empatía y eficacia personal tienen mayor probabilidad de estar preocupados y de ser serviciales”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 506)
l La Quinta motivación de las conductas de ayuda son los estados de ánimo del sujeto. Así, el “buen humor” ocasiona mayor grado de comportamiento asistencial. Sobre esto, los psicólogos sociales Rosenhan, Moore y Vanderwood sostienen que “las experiencias positivas crean un estado general de benevolencia que abarca a uno mismo y a los demás, en tanto que las negativas tienen el efecto opuesto”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 344). También existen otro estado de ánimo, como el sentimiento de culpa, que puede promover un aumento de dichas conductas altruistas para reducirlo o para aliviarlo.
Otros factores como la fe religiosa o el género, serán también importantes a la hora de colaborar.
Expuestas ya, las cinco motivaciones principales, es necesario detallar otros aspectos que van a determinar si ayudaremos en una situación o no, como son: Que la situación sea clara o ambigua, es decir, que veamos claramente que es una emergencia o no; el número de personas presentes: La probabilidad de ayuda se reduce al aumentar la cantidad de personas que presencian el hecho. Esto se conoce como “dispersión de la responsabilidad”; A la hora de decidir si debemos ayudar va a intervenir la “Hipótesis del mundo justo”: “según esta creencia -dice Vander- solemos pensar que cada cual obtiene en la vida lo que se merece, y por eso estaremos persuadidos de que las víctimas se han hecho acreedoras de sus padecimientos”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 360); También es necesario tener en cuenta dos normas sociales: “la norma de justicia” que se basa en la igualdad de oportunidades para todos, y “la norma de reciprocidad”, es decir, la creencia de que si generosamente damos, nos debe ser devuelto. Vander explica que “la equidad implica que la gente cree que debe recibir lo mismo que da”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 356)
Y para concluir, cabe preguntarse, ¿a quién vamos a ayudar? La respuesta es inmediata: primero a nuestros familiares y seres queridos, y luego al resto, pero eso no impide que ayudemos a un desconocido en un momento determinado. Naturalmente vas a ayudar a aquellos con los que tienes un vinculo familiar (sanguíneo o afectivo), y a aquellos con los que compartes gustos o creencias.
2.2 La empatía o “en los zapatos del otro”:
La empatía es un elemento clave dentro de la “Inteligencia emocional” que rige las relaciones humanas con éxito. Esto supone ser capaces de “leer” emocionalmente a las personas apreciando sus sentimientos y necesidades. Realmente no podemos leer la mente, pero si existen multitud de señales sutiles: la postura corporal, el tono e intensidad de voz, la mirada, los gestos o incluso el silencio mismo, son todos portadores de gran información. Estas son las señales que tenemos que aprender a interpretar. Sobre esto, dice Myers: “Cuando sentimos empatía, nos enfocamos no tanto en nuestra propia angustia como en la de quien sufre”.(“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 490)
Pero no nos equivoquemos, la empatía no significa estar de acuerdo con el otro ni dejar de lado las propias convicciones: se trata de entender y respetar la postura ajena.
¿Cómo reconocerla? Cuando percibes lo que alguien siente sin que lo haya dicho con palabras, estás siendo empático. Seguro que alguna vez, has vibrado con una mirada o con un tono de voz sin saber por qué; o has sentido la necesidad de ayudar a alguien sin apenas conocerle. Estas son las formas en que se manifiesta la empatía, un fabuloso poder que tienen quienes son capaces de ponerse en el lugar del otro.
Algunos psicólogos hablan del origen genético de la empatía, pues hoy, se cree que las neuronas espejo son las responsables de esta conexión con el otro. La empatía, entonces, nos permitiría establecer un vinculo beneficiosos con el resto de los seres vivos. Y es que si nuestro cuerpo nos obliga a sentir algo parecido a lo que sienten nuestros semejantes, el cerebro de cada uno buscaría la forma de conseguir el bien común, y esto aseguraría la cooperación colectiva. El investigador Batson dice que “el altruismo genuino inducido por la empatía es parte de la naturaleza humana”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 492).
Myers detalla que el altruismo que induce la empatía produce múltiples beneficios: produce ayuda sensible, inhibe las tendencias agresivas, incrementa la cooperación (...); pero también tiene desventajas: quien ayuda puede resultar herido, desgasta emocionalmente, etc.
Para finalizar, Myers afirma que la empatía puede portar verdadero altruismo: “(...) el egoísmo no es la historia completa de la ayuda (...) existe un altruismo genuino con raíces en la empatía, en los sentimientos de comprensión y compasión por el bienestar de los demás”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 493)
3. Los factores Sociológicos, educacionales y de aprendizaje:
3.1 La moral: cuestión de valores:
La moral es otro pilar básico para las conductas altruistas. La moral se encarga de decirnos “qué conductas están bien y cuáles están mal”. (“Psicología de la motivación y la emoción”. Pag. 256).
La moral responde a una serie de de principios que cada cual tiene internamente, y que le hacen tener una forma propia de entender la vida. Explica Berkowitz que “muchas de las conductas altruistas que aparentemente se realizan sin tener como objetivo la obtención de recompensas, son productos de reglas interiorizadas de comportamiento que no son otra cosa que ''normas sociales''. Dichas normas sociales, son el producto de un entrenamiento en adquisición de valores”. (“Psicología de la motivación y la emoción”. Pag. 258)
El código moral va a depender, por tanto, de lo que hallamos captado de nuestro entorno, y por tanto, están también influenciado por el tiempo en que vivimos, así, la moral desgraciadamente va a ser algo cambiante.
Nuestra moral va a estar constituida por una serie de valores que vamos integrando a lo largo de nuestra vida, que nos hacen sentirnos vinculados al mundo (o no), sentirnos responsables de lo que sucede... y llegan a ser la base de nuestras acciones y elecciones. Así, como son estos valores los que nos sirven de apoyo en los momentos difíciles, pasan de ser meras normas o reglas, para convertirse en el deber a cumplir, entendiendo la vida como un servicio a la humanidad: “Los valores pretenden ser principios unificadores explicativos del comportamiento humano (...). Algunos de los más relevantes son justicia, solidaridad o igualdad”. (“Psicología de la motivación y la emoción”. Pag. 258-259)
Y sobre esto, añade Vanden que “erigimos en nuestro interior patrones de conducta que vivenciamos como obligación de actuar de determinada manera. Nos sentimos bien con nosotros mismos cuando actuamos en consonancia con estos principios, y mal cuando los contrariamos (...) poseen propiedades motivadoras para nuestra conducta”. (“Manual de Psicología Social”. James W. Vander Zanden. Pag. 336)
Esto es, que la práctica de la virtud no sólo es la herramienta y el guía, sino que es también ese elemento consciente que nos obliga a actuar noblemente. Para desarrollar estos valores, debemos ir evolucionando interiormente (en todo un proceso de eliminación del egoísmo), llegando a distinguir lo que realmente importa. Esto lo explica Myers: “Cialdini y colaboradores sugieren que al principio, ayudar es una respuesta a recompensas materiales, luego a recompensas sociales, y finalmente a recompensas personales”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 481).
3.2 La educación: la conducta prosocial se aprende:
Desde el capítulo 1.1, estamos viendo todos los factores que van a influir en nuestras motivaciones, y por tanto, en nuestra actitud hacia los demás. Pero lo interesante es que estas conductas de ayuda no sólo se pueden potenciar, sino que se aprenden. La educación va ajugar un papel absolutamente fundamental en las motivaciones que nos moverán en el futuro. El altruismo es algo que aprendemos desde pequeños (o no), del entorno más cercano. Así, al estudiar a personas que muestran gran empatía y solidaridad hacia los demás, se comprueba que “(...) estos altruistas excepcionales tenían relaciones cálidas y cercanas con al menos un padre, que era en forma similar, una fuente “moralista” o estaba comprometido con causas humanitarias (...). Sus familias les habían enseñado la norma de ayudar y cuidar a los demás -señaló Ervin Staub-”.(“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 513).
Es evidente, que el ejemplo de los padres va a ser importantísimo a la hora de que sus hijos muestren de adultos comportamientos prosociales (el comportamiento será más probable, pero como esta no es una ciencia exacta, no se puede asegurar el éxito en todos los casos).
Numerosos estudios de las motivaciones infantiles muestran que los niños son básicamente egoístas, y que este egoísmo puede ir desapareciendo, según la educación que reciban, y con la experiencia de la propia vida. Así, aunque ayudar es agradable para los adultos, “no es gratificante en forma similar para los niños (...). Aunque los niños exhiben empatía, no sienten mucho placer al ser serviciales; tal conducta resultará de la socialización (...). Estos resultados son consistentes con la visión de que nacemos egoístas (...), ayudar crece en forma natural con la edad, cuando los niños comienzan a ver las cosas desde el punto de vista de otra persona”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 481).
Por tanto, los niños van modelando su carácter y su moral conforme van creciendo. Y esto, de algún modo, confirma que toda persona, aunque sea adulta, esta sujeta a modificaciones (se puede cambiar).
Como la mejor escuela es el ejemplo, hay que dejarse de buenas intenciones y llevar la generosidad a la acción: “ Las actitudes siguen al comportamiento. Por lo tanto, las acciones serviciales promueven la percepción personal de que alguien es bondadoso y servicial, lo que a su vez promueve ayuda posterior (...)”. (“Psicología social”. David G. Myers. Pag. 517).
Los niños que ven una conducta servicial en sus semejantes, tienden a actuar de forma servicial. Está comprobado. Así, que no esperemos que los más pequeños hagan lo que nosotros no somos capaces de hacer: vamos a mostrarles un patrón de conducta desinteresada, para que lo imiten, y acaben integrándolo en su propio ser.
4. Conclusión:
Después de haber tenido en cuenta todos los condicionantes que están detrás de nuestras acciones, me pregunto: ¿qué es, entonces, lo que nos impulsa a ayudar a otros?. Sigue siendo difícil de contestar: una mezcla de instintos, emociones, ideas (moral – ética), pero por encima de todo, es el sentido del deber y del compromiso con nuestra época y con las demás personas. Y en este proceso de ayuda y de autoperfeccionamiento, aflora por fín, nuestro lado más humano.
5. Bibliografía:
l “Molecular Psychiatry” Diario on-line. Ariel Knafo. 2005.
l “Nature Neuroscience”. Revista. Scott A. Huettel. 2007.
l “Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional”. Giacomo Rizzolatti. Corrado Sinigaglia. Editorial Paidós.
l “Psicología de la motivación y la emoción”. Francesc Pilmero. Enrique G. Fernández-Abascal. Francisco Martinez. Marino Chóliz. Editorial Mc Graw Hill.
l “Psicología social”. 8ª edición. David G. Myers. Editorial Mc Graw Hill.
l “Manual de psicología social”. James W. Vander Zanden. Editorial Paidós.
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